Los movimientos migratorios desde ambos lados de la Cordillera de los Andes comenzaron mucho antes que la historia de las republicas de Argentina y Chile. En épocas del Virreinato del Perú, la forma más segura de comunicar territorialmente a Lima con Santiago era pasando por el borde oriental de los Andes, camino que comprendía etapas de descanso en Santiago del Estero y Tucumán.
Por ello, las relaciones intercomunitarias fueron frecuentes: uno de los inspiradores de la independencia de Chile fue Juan Martínez de Rosas, nacido en Mendoza; el primer presidente de la República de Chile, Manuel Blanco Encalada, nació en Buenos Aires y, el primer destino de un cuerpo militar chileno, despachado en 1811 en apoyo a la defensa de la Revolución de Mayo, fue Buenos Aires. Del lado argentino en la provincia de La Rioja, se formó la ciudad de “Chilecito” en alusión a los mineros chilenos llegados a fines del siglo XIX para explotar las riquezas auríferas de la zona.
Entre 1860 y 1930, ingresó el primer flujo importante de chilenos a la Argentina. Se trató de una migración rural que buscaba mejoras económicas y que principalmente eligió como destino las zonas fronterizas de la Patagonia y el Cuyo.
A principios del siglo XX, también era frecuente que importantes familias chilenas viajaran hasta Buenos Aires para zarpar hacia Europa. Aquí, solían dejar durante el lapso de su viaje a su servidumbre. Por eso, el estado chileno fue abriendo Misiones Consulares en Córdoba, Mendoza y Buenos Aires, ciudades más importantes del camino hacia el puerto atlántico.
A partir de 1930 y hasta 1947, la crisis económica internacional y el crecimiento del sector terciario en nuestro país contribuyeron a cambiar el mapa migratorio general. El flujo transatlántico se redujo considerablemente al tiempo que los desplazamientos internos junto con la inmigración de países limítrofes como Bolivia, Paraguay y Chile aumentó.
En esta segunda etapa, a diferencia de la primera, se trató de una migración de tipo rural-urbana. Y si bien las provincias patagónicas siguieron absorbiendo la mayor cantidad de migración del país vecino, un número cada vez más importante de chilenos comenzó a elegir a Buenos Aires y otras grandes ciudades argentinas como destino.
La tercera migración chilena hacia nuestro país se diferenció de las anteriores por sus motivos (en este caso, mayormente por razones políticas que económicas) y por la diversificación de sus lugares de origen y destino. Un gran número de los chilenos que llegaron en la década del ‘70, eran exiliados o refugiados políticos del golpe de estado de Augusto Pinochet. Esta situación provocó que, entre 1973 y 1984, la migración chilena a nuestro país se duplicara con respecto a los años anteriores.
Con la llegada de la década de 1990, el fin de la dictadura y las políticas del nuevo gobierno de Chile dirigidas a facilitar el retorno de los exiliados políticos, se generó un retorno de varios chilenos a su país. Recién, a fines de esta década, la inmigración volvió a crecer, pero con una intensidad menor. Las principales razones de estos flujos migratorios fueron culturales y económicos.
Desde 2001 a 2010 la inmigración chilena a nivel nacional descendió su número (de 212 mil a 191 mil personas) pero su presencia en la Ciudad de Buenos Aires registró un leve aumento (de 9.600 a 9.900).