Las historias de los inmigrantes muchas veces comienzan de maneras poco conocidas. En octubre de 1965 arribaron trece familias dispuestas a instalar un emprendimiento rural en Choele Choel, provincia de Río Negro. Fue parte de la primera oleada inmigratoria, en la segunda mitad del siglo XX, luego de la división de Corea posterior a la guerra.
La amplia mayoría provino de Corea del Sur, en un proceso migratorio alentado por el temor a la anexión norteña, y tras el inicio oficial de las relaciones diplomáticas entre ambos países, ocurrido en 1962. El pico máximo en el flujo de inmigrantes coreanos se dio en el quinquenio comprendido entre 1984 y 1989, cuando la Dirección Nacional de Migraciones otorgó permisos a 11.336 familias. Hacia 1990, residían en la Argentina unos 40 mil coreanos que se distribuyeron en ciudades como Córdoba, Rosario, Tucumán y Puerto Madryn, así como en la provincia de Buenos Aires. A pesar de esa distribución inicial, la mayoría se radicó en la ciudad de Buenos Aires, donde reside aproximadamente el 80 por ciento. A casi 60 años de iniciado aquel proceso, se calcula que, en la primera década del siglo XXI, la colectividad coreana se compone de unos 25 mil integrantes.