Los datos demográficos son suficientes para demostrar el peso de la colectividad italiana en la Argentina. Se calcula que el 47% de los habitantes de este país tiene sangre italiana. Hay más de 700 mil argentinos con doble ciudadanía y son más de 1000 las instituciones y asociaciones italianas activas en nuestro país, algo inédito a nivel mundial. Si bien son datos más que elocuentes, reducir esa influencia a lo numérico no alcanza a representar todo el peso de la colectividad. Lo italiano está presente en la lengua, con palabras que se mezclan en el uso cotidiano. Cualquier argentino –con sangre italiana o no– puede decir “cuore” o “laburo” y será comprendido. Lo italiano está presente también en la gastronomía, en la arquitectura, en el tango y en cada momento de la vida diaria.
La historia de la corriente inmigratoria italiana en la Argentina se remonta a los orígenes de la ciudad de Buenos Aires ya que, junto con su primer fundador, Don Pedro de Mendoza, llegaron algunos navegantes genoveses. Más tarde, desde mediados del siglo XVIII, los italianos aumentaron su flujo hacia el Río de la Plata, donde se dedicaron preferentemente al comercio, a la navegación y a la fabricación de artículos de uso cotidiano. Esa presencia temprana se vio reflejada, por ejemplo, en la ascendencia peninsular de varios de los protagonistas de la Revolución de Mayo. Tal fue el caso de Juan José Castelli, Manuel Alberti, Antonio Beruti y Manuel Belgrano. Este último, uno de los padres de la independencia, era hijo de Doménico Belgrano, reconocido comerciante nacido en Oneglia que había llegado a estas tierras en 1753.