Es muy poco conocida la ascendencia suiza del ex presidente Carlos Pellegrini. Nació en Buenos Aires el 11 de octubre de 1846. Hizo la escuela secundaria en el Colegio Nacional de Buenos Aires, de donde egresó en 1862, para entrar al año siguiente a la Facultad de Derecho. Tuvo la difícil misión de sacar al país de una de sus crisis más profundas y por eso, es recordado como un "piloto de tormentas". Avenidas, calles, clubes, pueblos, municipios y hasta una estación de subte llevan su nombre. Colegios y monumentos también se levantaron en su memoria.
Pero para localizar las raíces suizas de su familia debemos remontarnos a su abuelo: Bernardo Bartolomeo Pellegrini nació en 1751 en Croglio, cantón del Ticino y luego se radicó en Chambéry, Francia, donde tuvo 8 hijos. El menor de ellos, Carlos Enrique, llegó a Buenos Aires en 1828. Venía con un contrato de trabajo firmado con el gobierno de Bernardino Rivadavia, pero la situación en Argentina estaba tan convulsionada que, para cuando llegó, el gobierno de Rivadavia había caído.
Desempleado, Carlos Enrique se dedicó a dibujar las calles de la Ciudad y retratos de damas y caballeros de la alta sociedad. Poco a poco se fue transformando en un éxito: entre 1830 y 1835 pintó cerca de 500 retratos. Algunos de ellos son verdaderas obras de arte que todavía se conservan en el Museo Nacional de Bellas Artes. Además, fue responsable de obras de ingeniería entre las que se destacan el primer Teatro Colón, construido en la esquina de la Plaza de Mayo donde actualmente se encuentra el Banco de la Nación, y los planos para dotar de agua corriente a la Ciudad de Buenos Aires.
Dos de sus tres hijos varones tuvieron protagonismo político: Ernesto, que fue abogado, diplomático, diputado nacional, concejal de la Ciudad de Buenos Aires y miembro de la Comisión del Centenario de 1910; y Carlos, que se convirtió en presidente de la república. Ninguno tuvo descendencia y con ellos, se extinguió el apellido suizo de los Pellegrini de Croglio en el país.
Otra gran figura con raíces suizas fue Alfonsina Storni. Llegó al país con sus padres en 1893, cuando tenía apenas un año. Venían de la aldea suiza Sala Capriasca, en el Cantón Ticino. Los Storni vivieron en San Juan y en Rosario, pero la figura de Alfonsina Storni quedará para siempre vinculada trágicamente al mar y a la ciudad de Mar del Plata. Sin embargo, también dejó sus huellas en la Ciudad de Buenos Aires: la atmósfera de su poesía aún resuena en las paredes del Café Tortoni -que solía frecuentar-, y del Hotel Castelar, ubicado sobre la Avenida de Mayo, donde se reunía junto a otros intelectuales de la época. La voz romántica y rebelde de esta inmigrante y su larga historia de dolores y desengaños quedaron grabadas en la literatura argentina.
