Decir que la inmigración croata dejó su huella en el país es al mismo tiempo una metáfora y un hecho concreto. En 1891, Juan Vucetich (nacido en la isla de Hvar en 1858 como Iván Vučetić) perfeccionó el sistema de la dactiloscopía, el sistema de identificación de las personas sobre la base de las huellas dactilares que hoy es usado en todo el mundo. Vucetich forma parte de la corriente migratoria llegada entre los años 1857 y 1918, identificados como austríacos o austrohúngaros, ya que en ese entonces Croacia formaba parte del imperio Austro Húngaro. A su vez, los arribados luego de la Primera Guerra Mundial (desde 1918 en adelante) figuraron como yugoslavos o italianos. Incluso los que llegaron como apátridas amparados por la Cruz Roja durante la inmediata posguerra fueron anotados como yugoslavos, porque las leyes argentinas no registran diferencia entre ciudadanía y nacionalidad; diferencia que sí existe en Europa.
Esto genera dificultades al momento de precisar las cifras demográficas correspondientes a esta numerosa colectividad. Aún así, se calcula que los croatas conformaron un 45 % de los llamados austrohúngaros, un 70% de los que vinieron de Yugoslavia entre las dos guerras y un 50 % de los llamados yugoslavos después de la Segunda Guerra. A partir de estas cifras, un estudio de los años 70 estima que en aquella década vivían en la Argentina unas 60.000 personas nacidas en Croacia.
